Publicado: 08/01/2018
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Una de las claves para poder avanzar en el duelo de la separación o divorcio y mejorar nuestras habilidades comunicacionales y de resolución de problemas con nuestra ex-pareja, es identificar de mejor manera nuestras reacciones cuando nos enfrentamos a situaciones emocionalmente dolorosas. Esto nos ayuda, por una parte a normalizar lo que sentimos, al tiempo que aumenta nuestras posibilidades de reflexionar y escoger como queremos realmente actuar (en vez de simplemente reaccionar desde el dolor). Pues no se trata de cambiar nuestras emociones o sensaciones, ¡nadie podría, si ellas solo surgen en nosotros!, sino que poder escoger el modo en que nos relacionamos con ellas con consciencia. Aumentar mis posibilidades de decidir la forma en que me enfrento a lo que me pasa, ayuda a convivir con nuestras emociones y sensaciones de manera gentil, pero al mismo tiempo más empoderada.

En esta línea, es posible que algunas de las descripciones que la neurociencia han dado sobre cómo reaccionamos en situaciones de amenaza, puedan ayudarnos. Existe una parte de nuestro sistema nervioso, con el que nacemos y que es común con otros seres vivos (de hecho es llamado en gran parte de la literatura como “cerebro reptiliano”) que se activa en situaciones que sentimos como amenazas para nuestra supervivencia con el fin de intentar aumentar nuestras posibilidades de sobrevivir. En el caso de nosotros, los seres humanos de nuestra época, estas amenazas no son solo aquellas situaciones concretas de peligro, sino que en gran parte situaciones de estrés emocional, que de igual forma gatillan 3 posibles reacciones: lucha, huida o congelamiento.

Si bien las manifestaciones conductuales que se observan en estas tres reacciones son diferentes, el proceso neuroquímico es similar: aumentan las hormonas del estrés, que generan en nuestro cuerpo reacciones fisiológicas de activación y alarma, entre ellas, aumento de la energía, músculos tensos, palpiltaciones, sudoración, interferencia en la capacidad de concentrarse en todo lo que no sea ligado con la situación de amenaza y la capacidad de sobrevivir, inhibición de la capacidad de dormir, comer, etc.

Si aplicamos estas etapas, observándolas en un proceso de separación o divorcio, podrían verse algo parecido a:

– Lucha: De la pena y el dolor, se pasa al enojo y rabia. Aumentan de manera explosiva los conflictos y comienzan las acusaciones cruzadas respecto a quién es el culpable de lo ocurrido y de cómo terminaron las cosas. Los detalles de las malas decisiones pasadas, las peleas y heridas aún abiertas monopolizan el centro de la atención, aunque ese no haya sido el tema inicial de la conversación. Vuelven a sentirse como presentes emociones del pasado y a recordarse episodios anteriores con la intensidad de la primera vez. En la rabia se puede avanzar incluso hacia el deseo de venganza, de justicia por “quedar a mano”, “cueste lo que cueste”. En este marco, se observan frecuentemente amenazas respecto al manejo y control sobre la plata y los niños. No hay posibilidad de confiar en el otro, que es visto como el enemigo al que hay que enfrentar.

– Huida: La pena y el dolor se mezclan con el miedo y vergüenza del presente y lo que está ocurriendo. Se busca escapar de la realidad, ya sea evadiendo conversaciones del tema, situaciones en las que se debe asumir la separación o el divorcio y se posponen (o se cede muy rápido, sin pensar para evitar el conflicto) tomas de decisiones y discusiones con la ex-pareja que pueden ser muy relevantes. Esto puede llevar a ensimismarse en el propio dolor, pudiendo incluso evitar conversar con amigos o familia de lo que le está pasando. Se busca o negar lo que ocurre y/o salir rápidamente del dolor, desde la evasión de todo aquello que nos conecte con el quiebre.

– Congelamiento:  Se observa, que la pena y el dolor dejan a la persona en un estado shock, en la que no es posible pensar ni decidir nada, puede volverse dependiente de otros. La persona se siente completamente incompetente y se abandona al dolor de una manera que puede ser peligrosa, desde un estado de descuido preocupante por el propio bienestar personal, en el que pareciera vivir constantemente en un clima emocional de terror. Hay recuerdos traumáticos, que aparecen o interfieren en el día a día del afectado.

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