Publicado: 08/01/2018
Categoría: Blog / Uncategorized

Muchas de las personas que atraviesan por procesos de separación o divorcio, además de lidiar con las emociones de dicho quiebre, suelen conectarse con el miedo de haber traumatizado o dañado irreparablemente la vida de sus hijos. Este temor se encuentra alimentado de manera poderosa por la imagen idealizada de la familia nuclear que tenemos en nuestra sociedad, la falta de modelos alternativos de  “hacer y ser familia”. Muchas veces esta emoción también se encuentra anclada en las propias experiencias personales de quienes atraviesan por esta crisis (por ejemplo, historias de separaciones en las propias familias con altos costos emocionales para los involucrados y sus hijos, temor a que se repitan historias de generaciones anteriores, miedo a fallar o ser rechazados por las familias al ser el único al que le ha ocurrido esto).

Pero la investigación al respecto, muestra que la mayoría de las familias, después de un período inicial de estrés, logran adaptarse a la nueva estructura y rutina. Sin embargo, hay otras que no, observándose que el potencial dañino de la separación o el divorcio no deriva del acto mismo de la separación, sino que de las relaciones conflictivas a los que los niños se ven expuestos como testigos ya sea de manera presencial como de oídas, dada la dificultad de los padres y los adultos que los rodean de manejar el conflicto de una manera asertiva. Por ejemplo, entregar discursos a los hijos en los que se culpabiliza a uno de los padres de la separación o el divorcio, prohibir de manera explícita o implícita hablar sobre el otro padre o tener contacto con el otro cuando se encuentran con uno de los dos, discutir o pelear frente a los hijos, utilizar a los niños para enviar mensajes al otro padre, interrogar al hijo sobre lo que hacen en la otra casa y retarlo a él/ella si dicha conducta no va de acuerdo a las normas de la casa de quien pregunta, utilizar al hijo como apoyo o consuelo emocional de los padres, competir con el otro padre sobre quien toma las decisiones, quien pasa más tiempo con los hijos o con quien están mejor, devaluar o criticar al otro padre en frente de los hijos, pérdida del contacto tras la separación con alguno de los padres, etc.

Si ya es imposible que en una pareja que se llevan bien y se encuentra junta, no surjan diferencias y discusiones en torno a la forma de ejercer la parentalidad, es aún más ilógico pensar que esto no ocurrirá en el marco de una relación que se está separando. Por lo mismo, no se trata tampoco de evadir los conflictos y problemas, que pueden y deben ser discutidos entre los padres, sino que de evitar poner a los hijos en el medio de todo esto.

En este sentido, debemos ser objetivos con el tipo de parentalidad que podremos mantener con nuestro ex, si queremos mantener el menor conflicto posible (pues son menores las posibilidades de que nuestros hijos sean puestos en medio). Así, se recomienda para procesos de separación relativamente fáciles, o con poco conflicto, el cultivar una parentalidad cooperativa, manteniendo una comunicación fluida y constante entre ambos padres, en el que se pueden tomar acuerdos respecto a los hijos sobre la marcha. Por el contrario, en procesos de separación altamente conflictivos, se recomienda cultivar una parentalidad en el que los acuerdos se encuentran fijados de antemano, y en el que la comunicación y negociación espontánea entre ambos padres se limita a emergencias o cambios de plan por contingencias.

En ninguno de estos casos esto implica que la vida de nuestros hijos será la misma que antes: Cada padre debe y necesita desarrollar su propio estilo de parentalidad cuando está con sus hijos. Lo que nos enfrenta también a la necesidad de, como padres, asumir otra pérdida (además de la de no poder compartir con ellos el mismo tiempo que antes) y que es la de perder el control de lo que ocurre en su otra casa.

La separación y el divorcio, puede ser considerada una de las muchas transiciones de la vida, que nos desafía a los adultos a desarrollar formas adecuadas de separar la pareja, salvaguardando la parentalidad. En este sentido, nuestros actos posteriores al quiebre de pareja, deben ser congruentes con el mensaje que siempre se sugiere se entregue a los hijos al comunicarles respecto a la separación: “esto no cambia lo que sentimos por ti, te amamos y lo seguiremos haciendo y siempre estaremos ahí para ti como tus padres”, lo que implica incluso protegerlos muchas veces de nosotros mismos como ex-parejas.

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